martes, 28 de febrero de 2012

La batalla de Zama

Año 202 a.C., llanura de Zama, en la actual Túnez. En un lado del campo tenemos al genial Aníbal Barca; en el otro, al no menos genial Escipión el Africano y en juego el destino de dos imperios que llevan buscándose las cosquillas el uno al otro desde hace más de 60 años. Ha llegado la hora de dirimir las diferencias de una vez por todas con la voz de las espadas: la batalla está servida.

Disposición cartaginesa
Aníbal, que ya le había demostrado a los romanos de lo que era capaz en la batalla de Cannae, se presenta en el campo de batalla con 45.000 infantes distribuídos en tres líneas: la primera de ellas formada por mercenarios extranjeros pagados con el oro de Cartago, la segunda por una mezcolanza de africanos entre los que se encontraban 10.000 cartagineses que luchaban por su tierra y la tercera por 15.000 veteranos bajo las órdenes directas del propio Aníbal.
La formación se completa con la disposición en los flancos de 6.000 jinetes númidas y la formación de una primera línea de choque compuesta por 80 elefantes de guerra.

Por su lado, Escipión dispone sus tropas a la manera tradicional de las legiones: en primera línea se sitúan los hastati, armados con jabalinas; inmediatamente detrás se colocaban los princeps, veteranos armados con varios pilum y un gladius. Por último, la retaguardia era conformada por los triarii, que se cubrían con un escudo redondo y portaban lanzas largas.
Al igual que en la disposición de Aníbal, los flancos del ejército romano tampoco quedaban al descubierto. 6.000 jinetes númidas cubrían el flanco derecho mientras que 2.700 équites romanos se ocupaban del izquierdo.

Disposición romana
Empieza la batalla. Los 80 elefantes de Cartago empiezan a avanzar con paso pesado hacia las líneas romanas. Van ganando velocidad hasta que, cuando alcanzan el paso de carga y ya no hay vuelta atrás, se ponen en funcionamiento todos los mecanismos que había ideado Escipión.
En primer lugar, las filas romanas se abren dejando pasillos entre ellas. A continuación, un batallón de músicos avanza hasta la primera línea de batalla y empieza a tocar sus instrumentos armando un escándalo de mil demonios mientras que los soldados, a los que se les había ordenado bruñir sus escudos para que brillasen con la luz del sol, apuntan los reflejos de estos contra los ojos de las bestias.
Las reacciones entre los elefantes fueron dispares. Algunos de ellos consiguieron alcanzar las posiciones romanas, pero entraron a través de los pasillos sin romper la formación y murieron por las lanzadas de los legionarios. Otros salieron en desbandada hacia los lados, huyendo del campo de batalla y de aquellas trompetas que les perforaban los oídos. El resto sirvieron a la táctica de Escipión: se dieron la vuelta y cargaron contra los flancos cartagineses sembrando el caos entre la caballería númida de Aníbal, que huyó en desbandada.
La caballería al servicio de Roma salió en persecución de los númidas de Cartago y los sacó del campo de batalla, aniquilándolos poco a poco mientras, en la llanura, empezaba a tomar forma la segunda fase de la batalla: la del combate cuerpo a cuerpo.

Aníbal Barca
En este momento y viéndose despojados de caballos y elefantes, los mercenarios cargaron contra los hastati en medio de una completa carnicería. El ataque estaba siendo un éxito, así que Aníbal envió a los africanos a reforzar el centro de la formación e impedir que el resto de filas romanas entrasen en combate.
Lamentablemente para el cartaginés, los refuerzos no llegaron a tiempo, dejando el tiempo justo a los soldados de Escipión para rechazar el ataque y obligar a los de Cartago a replegarse.
Así llegamos, una vez más, a la posición inicial... sólo que sin elefantes, sin caballos y con la tierra de nadie sembrada de cadáveres de ambos bandos.

Viendo el repliegue cartaginés como un signo de debilidad, Escipión ordena una carga con todo lo que tiene. Los hastatii, los princeps y los triarii se lanzan a través de la llanura en pos de los soldados en retirada mientras que Aníbal, viendo lo que se le vienen encima, sitúa a sus veteranos en primera línea y les ordena que formen un muro de lanzas.
Los cartagineses que corrían en desbandada se ven obligados a rodear la compacta formación de los veteranos. El repliegue es lento y penoso, con miles de pies resbalando sobre los charcos de sangre que ya anegan el campo de batalla pero, aún así, los veteranos resisten. Los romanos se dan cuenta de que han pinchado en hueso cuando sus bajas empiezan a superar a las del batallón de veteranos, así que inician un repliegue táctico sin perderle la cara a las lanzas de Aníbal.
Todo lleva a pensar que los romanos han perdido el ímpetu inicial y están perdiendo terreno en favor de los cartagineses... pero Escipión aún no ha mostrado todas sus cartas. De repente, la caballería númida al servicio de Roma y los équites que acompañaban al resto de la formación irrumpen en la llanura a galope tendido y cargan contra la retaguardia cartaginesa haciendo que el núcleo duro de veteranos colapse y se venga abajo.

Aníbal huye a uña de caballo y se refugia en la ciudad de Hadrumetum. Sobre el campo de batalla descansan los cadáveres 1.500 romanos y unos 20.000 cartagineses. El recuento se incrementa a cada momento y las cifras de heridos suman 4.000 en el bando romano y 11.000 en el bando cartaginés, a los que hay que sumar los 15.000 prisioneros aficanos hechos por Escipión en aquella llanura de Zama.

viernes, 24 de febrero de 2012

El "cabo bohemio": Hitler antes del III Reich (2 de 2)

En la primera parte de este mismo artículo dejamos a Adolf Hitler a las puertas de tomar el poder por la fuerza. Hoy continuaremos a partir de ahí.

Acusados del Putsch
En la noche del 8 de noviembre de 1.923, Hitler condujo a sus SA hasta la cervecería Bürgerbräukeller, donde Gustav von Kahr (comandante en jefe del ejército en Baviera) daba un discurso público. El plan era sencillo: en primer lugar secuestrarían a Kahr; acto seguido le convencerían para unirse a su bando y poner a sus tropas a disposición del NSDAP. Por último, marcharían todos juntos hasta Berlín con el objetivo de derrocar al gobierno.
Tal como hemos dicho, el plan era sencillo... pero las cosas no salieron exactamente como Hitler esperaba. Las secciones de asalto entraron en Bürgerbräukeller por las malas y proclamaron la revolución. Kahr, viendo la pasta de la que estaban hechos aquellos ex soldados comprendió que una negativa sería como una chispa en un polvorín, así que fingió colaborar con los golpistas hasta que, en un descuido de sus captores, consiguió escapar, avisar a la policía bávara de lo que se estaba cociendo y retomar el mando del ejército.
Adolf Hitler montó en cólera e inició una marcha que debía llevarle hasta el Ministerio de Guerra bávaro, donde liberaría a los SA capturados y castigaría la insolencia de Kahr y tomaría el mando. Estaba convencido de que ni la policía ni el ejército se atreverían a disparar sobre él; al fin y al cabo, era el adalid del pueblo... ¿o no? Bueno, baste decir que se equivocó y que aquella marcha terminó en un tiroteo del que Hitler escapó con tan sólo un hombro dislocado.
Fue capturado dos días después en la casa de un conocido que había tratado de darle cobijo tras la fallida intentona de putsch.

El año siguiente, 1.924, fue el año en que el pueblo conoció a Hitler. Si bien el NSDAP tenía escasa representación fuera de Baviera, el juicio se convirtió en un acontecimiento a escala nacional.
Adolf aprovechó sus intervenciones desde el estrado de los acusados para dar un mitín pangermánico que llegaría a todos los rincones del país y que le ganaría no pocas simpatías entre la masa obrera, golpeada de lleno por las medidas de Versalles y la debacle económica que el Tratado había traído consigo.
Hitler reconocía su responsabilidad en el putsch de Múnich... y no sólo no se arrepentía de ello sino que estaba orgulloso de haberlo intentado, pues no lo había hecho por él mismo ni por su partido, sino por el pueblo que aguardaba ansioso la salida de la molicie y la llegada de una nueva de esplendor para Alemania.
El día 1 de abril, el antiguo cabo fue condenado a pasar 5 años en la fortaleza de Landsberg. La constitución alemana de la época preveía penas de cadena perpetua para estos casos, pero su discurso nacionalista le había servido para obtener la simpatía del jurado, que fue tibio en su sentencia.
De esos 5 años, Adolf Hitler cumplió sólo 9 meses. El 20 de diciembre fue absuelto como parte de una amnistía masiva hacia prisioneros políticos, pero en esos 9 meses tuvo tiempo de plasmar su ideología en papel y definir el crado del futuro Reich en su obra más famosa: Mein Kampf.

Fortaleza de Landsberg
En Mein Kampf, Adolf Hitler establece las líneas maestras del pensamiento nacionalsocialista. En primer lugar, impone la fuerza como elemento movilizador de la sociedad y aboga por el uso de la misma como motor de expansión de la raza aria a costa del resto de razas inferiores y cuya pureza de sangre es claramente de ínfima calidad.
En este grupo entran, especialmente, los rusos. Aquel país del este, gobernado por judíos y bolcheviques, debía servir como terreno abonado para la expansión de una Alemania fuerte y recta. Al glorioso ejército alemán no le debería resultar demasiado difícil conquistar aquella tierra corrupta por el marxismo y vengar, de esta manera, la tan cacareada "puñalada por la espalda" que había llevado el Imperio a la debacle.

Cuando salío de la cárcel, Hitler se encontró con que el NSDAP y todos sus órganos propagandísticos habían sido prohibidos. Aún así, el partido se presentó a las elecciones parlamentarias de aquel mismo mes bajo el nombre de "Movimiento Nacionalsocialista de Libertad"... con unos resultados nada alentadores. En los nueve meses que Adolf Hitler había pasado en la cárcel, el partido había sido descabezado y había perdido casi todos sus apoyos.
Viendo venir la inminente desaparición del NSDAP y, por consiguiente, de sus sueños pangermánicos, Hitler se reunió con Heinrich Held (Primer Ministro de Baviera) y, bajo promesas de buen comportamiento, obtuvo la "relegalización" del partido.
Los grandes barones nacionalsocialistas habían sido purgados tras el putsch y Hitler estaba sólo a la cabeza del partido. El día 27 de febrero de 1.925 dió su primer discurso autorizado después del fallido golpe de estado. Las promesas de Hitler a Held sobrevolaban la sala e imponían un marco de cordura al discurso del NSDAP, mucho más comedido en esta ocasión... pero Adolf Hitler no pudo contenerse y empezó a subir el tono del mítin volviendo a sus viejas costumbres: insultar a los comunistas y amenazar de muerte a los judíos.
Esto le valió la reprobación del gobierno bávaro, que le prohibió dar discursos durante los próximos dos años; pero no todo fue malo para Hitler. El núcleo duro del NSDAP estaba encantado. Habían estado al borde de la extinción, pero ahora habían vuelto con más virulencia que al principio.

Aprovechando este periodo de ostracismo forzado, Adolf Hitler terminó de escribir Mein Kampf y se enfrascó en la tarea de reestructurar el partido. La idea que empezaba a tomar forma en su mente era la de "un Estado dentro de un Estado", es decir, llevar la complejidad a la jerarquía del NSDAP para que, en un futuro, las instituciones de la república pudieran ser sustituídas de manera relativamente sencilla por las del propio partido.
En este sentido, Hitler tomó varias decisiones de capital importancia que contribuyeron a la profunda transformación del NSDAP: creó organizaciones como las Juventudes Hitlerianas o la Liga de Muchachas Alemanas, extendió la influencia del partido más allá de las fronteras de Baviera creando "sucursales" en sitios como Austria, Checoslovaquia, el Sarre o Danzig y, además, subdividió las secciones de asalto en SA y SS. ¿La diferencia? Las SA juraban lealtad al partido, las SS se la juraban directamente a Hitler.

Gregor Strasser
El NSDAP crecía a pasos agigantados y se expandía a un ritmo endiablado. En una de estas oleadas expansionistas, Adolf Hitler vió la ocasión para alejar de Múnich a uno de los barones del partido, Gregor Strasser, que cuestionaba su liderazgo.
Hitler se reunió con Strasser y le ofreció el liderazgo de la división del NSDAP afincada en el norte de Alemania. Stasser, que abogaba por la independencia de los organos del partido y la descentralización del poder, aceptó encantado y se puso a la tarea con ayuda de un joven secretario de 28 años llamado Joseph Goebbels. De esta manera, Hitler tenía en el norte a una marioneta a la que podía dirigir a su antojo... el problema es que la marioneta le salió respondona.
Strasser se unió a los marxistas en una campaña electoral conjunta para la expropiación de los bienes a la nobleza depuesta. Esto, como era de esperar, no le gustó nada a Adolf Hitler, que organizó una conferencia en Bamberg y obligó a Strasser a retractarse. Goebbels quedó encandilado por la figura del que ya empezaba a perfilarse como Führer, así que abandonó a su anterior jefe y se unió al núcleo duro de Hitler. Strasser estaba sólo y había sido denostado por sus compañeros de partido. El centralismo se abría camino hacia la idea del liderazgo único.

Así llega a Alemania el año 1.929 y, con él, la Gran Depresión. Adolf Hitler, oportunista donde los haya, aprovecha la tesitura internacional en su favor y le echa la culpa de la crisis a los marxistas, comunistas y judíos. Sus discursos vuelven a ser incendiarios y retoman las líneas argumentales de sus primeros años en el DAP; la teoría de "la puñalada por la espalda" vuelve a ser un tema de rabiosa actualidad mientras los ideales de pureza racial de Gobineau y de Chamberlain toman más fuerza que nunca en el discurso del partido nacionalsocialista.
En las elecciones de 1.930, el NSDAP obtiene un 18,3% de los sufragios conviertiéndose en la segunda fuerza política de Alemania. Paradójicamente, la tercera fuerza más votada fue el Partido Comunista, por lo que podemos decir que el Reichstag se convirtió en un hervidero de intrigas políticas y en campo abonado para terribles batallas dialécticas en las que era totalmente imposible llegar a ningún acuerdo.
El Mariscal Hindenburg, presidente del país, capea el temporal como buenamente puede. Hitler quiere el puesto de canciller, pero Hindenburg apoya a Brüning, que es el canciller vigente y que se sólo se mantiene en el cargo gracias a los decretos aprobados por el Mariscal.
Así, Hitler empieza a recabar apoyos entre el ejército y entre las clases altas de la sociedad, que ven peligrar sus privilegios por los tres factores que Adolf Hitler une en la amalgama de una conspiración judeo.comunista: la "puñalada por la espalda", las humillantes condiciones firmadas en Versalles y la Gran Depresión por la que está pasando Alemania. Los frutos de su discurso no se hacen esperar y el NSDAP empieza a recibir dinero en cantidades que hasta entonces no había ni siquiera soñado. Con estos recursos de su lado, Adolf Hitler se presenta a las elecciones presidenciales en contra de Hindenburg.

Mariscal Hindenburg
Hitler pierde los comicios ante el viejo Mariscal, que le gana por una ventaja de 16 puntos. Tras las elecciones, las SA son legalmente prohibidas, pero siguen actuandeo desde la clandestinidad y, además, el NSDAP cuenta con el apoyo de los jóvenes oficiales del ejército.
La candidatura a las elecciones presidenciales convierte a Hitler en un personaje aún más popular de lo que ya lo era. En las parlamentarias celebradas en julio de ese mismo año, el NSDAP arrolla a sus rivales consiguiendo un 37,4% de los votos y convirtiéndose así en la primera fuerza política del Reichstag.
El gobierno es insostenible. Hindemburg destituye a Brüning y nombra canciller a Franz von Papen, pero este (al verse incapaz de mantener el equilibrio de poderes) convoca nuevas elecciones en noviembre. Hindemburg destituye a von Papen y coloca en su lugar a Schleicher.
Adolf Hitler sigue en sus trece y presiona constantemente al Mariscal para que le de el puesto de canciller de Alemania. La situación llegó a ponerse tan tensa que Schleicher, incapaz de recabar apoyos en una cámara parlamentaria de mayoría nacionalsocialista, presenta su dimisión. La repercusión lógica de todo esto se traduce en que el 30 de enero de 1.933 Hitler es nombrado, por fin, canciller de Alemania, con con Papen (hombre de confianza del Mariscal) como vicecanciller.

La cosa pintaba bien para el partido nacionalsocialista, pero con Hindenburg en el sillón presidencial y von Papen dando guerra desde la vicecancillería, Hitler se las tenía que ver con dos huesos bien duros de roer. Aún así, consiguió sacar adelante varias leyes, colocar a Göring a la cabeza de la policía estatal y convencer a von Papen para la convocatoria de nuevas elecciones, que debían celebrarse en marzo de aquel mismo año.

En la campaña electoral de 1.933, Adolf Hitler despliega todo su arsenal de oratoria, artimañas y puñaladas traperas.
Las arcas del NSDAP están llenas de marcos donados por importantes hombres de negocios, así que Hitler puede permitirse una campaña faraónica que recorre todos los rincones del país. Además, el nuevo canciller utiliza en su favor los recursos del Estado y despliega a sus secciones de asalto (que ya contaban con 4 millones de miembros) para que boicoteen por la fuerza los mítines de las formaciones rivales.
Los sondeos eran favorables al partido nacionalsocialista, pero la balanza terminó de inclinarse cuando, en la noche del 27 de febrero, un gran incendio se declaró en el parlamento. Göering detuvo como autor material del crímen a un comunista holandés llamado Marinus van der Lubbe y le acusó de haber intentado dar un golpe de estado.
En respuesta, Hitler acusó a lo comunistas de querer minar la estabilidad del gobierno y promulgó un decreto ley (aprobado por von Papen y firmado por Hindenburg) mediante el que se suprimía la libertad de expresión, la libertad de prensa, el derecho a la privacidad y la libertad de reunión.

Incendio del Reichstag
Así llegamos al día 5 de marzo de 1.933. En las elecciones celebradas aquel día, el NSDAP obtiene un 44% de los votos, lo que mantiene al partido como primera fuerza política pero sigue sin otorgarle la tan ansiada mayoría absoluta. Hitler soluciona esto por la vía rápida: en base al Decreto del incencio del Reichstag, ordena detener a todos los parlamentarios comunistas.
De esta manera, Adolf Hitler cuenta con los escaños necesarios para introducir modificaciones en la constitución de Weimar.

El 23 de marzo de 1.933, el parlamento se reune y otorga plenos poderes a Adolf Hitler. La república de Weimar ha sido disuelta, Hindemburg queda reducido a una mera figura simbólica (aunque Hitler sigue manteniendo una pantomima de sumisión hacia el Mariscal) y el Reichstag se convierte en un juguete en manos del canciller nacionalsocialista que ha de dirigir al III Reich por la senda recta.

martes, 21 de febrero de 2012

El "cabo bohemio": Hitler antes del III Reich (1 de 2)

El día 20 de abril de 1.889 nacía en la pequeña población de Braunau am Inn, cerca de Salzburgo, uno de los mayores monstruos que ha tenido la desgracia de conocer la humanidad. Esta historia trata sobre el advenimiento de la bestia; sobre cómo aquel niño de clase media fundó un imperio y lo transformó en una máquina de matar.
En esta entrada no vamos a tratar el papel de Hitler en la II Guerra Mundial (eso queda para otro momento), sino el crecimiento, aprendizaje e influencias que le llevaron a convertirse en lo que fue. Es un trabajo farragoso que implica el ejercicio de tratar de olvidar quién fue Adolf Hitler, pero debemos intentarlo. Vamos allá.

Hitler de niño
Hitler nació, como ya hemos dicho, en el seno de una familia de clase media. Su padre trabajaba como agente de aduanas del Imperio Austrohúngaro mientras su madre hacía el papel de ama de casa y esposa (en terceras nupcias). Alois, pues así se llamaba su padre, era un hijo ilegítimo que no fue reconocido por su padre biológico hasta que tuvo 39 años de edad. Su apellido "de bastardo" era Schicklgruber, por lo que no es de extrañar que, más adelante, circularan panfletos jocosos entre los aliados que llevaban impresa en grandes letras la frase "Heil, Schicklgruber".
Según palabras del propio Hitler, ya desde pequeño tuvo que soportar las constantes palizas de su padre: su madre se encerraba en una habitación a llorar y, mientras tanto, su padre le azotaba con un palo. Esta relación basada en la violencia contribuyó de manera definitiva a endurecer el carácter del joven Adolf, que empezó a ver a su padre como símbolo de una autoridad que se imponía por la fuerza y a su madre como un ser débil y despreciable.
El tiempo fue pasando entre palizas y mudanzas, obligadas por el trabajo de Alois. La familia Hitler recaló finalmente en Linz y las calificaciones de Adolf empezaron a caer en picado. Su padre quería que se labrara un futuro como funcionario del Imperio, pero a él no le interesaba la estabilidad de aquel puesto. Él quería ser pintor, y así se lo dijo a su padre... que, en respuesta, le propinó otra de sus famosas palizas.

Alois Hitler muere el día 3 de enero de 1.903. Adolf cuenta con 13 años de edad y se mantiene en las escuela gracias al único acicate que le proporcionan las lecturas pangermánicas de Leopold Poetsch, su profesor de historia.
La familia se traslada a un pequeño apartamento en los suburbios de Linz y empieza a malvivir. Adolf Hitler cae enfermo de gravedad cuando está a punto de cumplir 16 años y se ve obligado a abandonar sus estudios hasta que, un año después, los retoma en una escuela estatal de la ciudad de Steyr, por donde pasa sin pena ni gloria pero con una gran calificación en en la asignatura de dibujo, lo que le reafirma en su idea de dedicarse al arte.

Alois Hitler
El día 21 de diciembre de 1.907, Klara Hitler (su madre) muere víctima de un cáncer de mama y Adolf se traslada a Viena con la esperanza de poder entrar en la Academia de Bellas Artes, pero lo intenta en dos ocasiones y fracasa en ambas.
Con 18 años, sin recursos y en medio de la capital del Imperio, Hitler sobrevive barriendo nieve y descargando maletas en la estación de tren, pero pronto se le acaban los recursos y su falta de liquidez provoca que sea expulsado de su apartamento, lo que le lleva a vivir en albergues y frecuentar los comedores sociales.
Durante esta época, Adolf Hitler empieza a pintar cuadros y postales cuya venta le ayuda a remontar la situación y le permite alcanzar un nivel de vida aceptable. Para el año 1.910, Hitler ya vivía exclusivamente de sus pinturas y para el 1.913 su economía le permitió trasladarse a Múnich, la perla del Imperio Alemán, al que siempre quiso ir desde que escuchase las leyendas pangermánicas de su profesor.

Hitler se encontraba en Múnich cuando el asesinato de los archiduques de Austria por parte de un nacionalista serbio desata la I Guerra Mundial. Estamos a día 28 de julio de 1.914, Adolf tiene 25 años y no tarda ni una semana en enrolarse como voluntario en el ejército alemán.
Tras recibir tres meses de entrenamiento, Hitler fue destinado al frente occidental, donde sirvió como mensajero y fue condecorado con la Cruz de Hierro de 2ª Clase. Siguió con su labor hasta que, en octubre de 1.916 fue herido en una pierna y se vio obligado a retirarse del frente hasta el mes de marzo del año siguiente, cuando volvió con ánimos renovados para conseguir el rango de cabo y una Cruz de Hierro de 1ª Clase, condecoración raramente otorgada a soldados de tan baja categoría.
El 13 de octubre de 1918, un ataque de gas venenoso británico le retiraría del frente para siempre. Adolf quedó temporalmente ciego y fue internado en un hospital de campaña en el que recibiría la noticia del fin de la guerra y, con él, de la caída de los imperios.
Su mundo se viene abajo. Todas las leyendas del soldado alemán, invencible en las historias pangermánicas de su antiguo profesor, se derrumban ante sus ojos. No es posible. Los alemanes no pueden haber perdido. Alguien debe haberlos traicionado.
La teoría de "la puñalada por la espalda", promulgada por la derecha conservadora, le viene como anillo al dedo. La culpa no había sido de los soldados alemanes, sino que debía recaer en los comunistas, marxistas y judíos que habían traicionado desde la sombra al glorioso ejército germánico.

Hitler (derecha) - I Guerra Mundial
Hitler vuelve a Múnich para reintegrarse a su batallón, pero la recién proclamada República de Weimar es un despelote administrativo y la región de Baviera ha sido declarada soviética. El ejército alemán no reconquistaría la provincia hasta la primavera del año siguiente: 1.919. Hitler es ya por aquel entonces un feroz antisemita que aborrece las teorías marxistas y comunistas y está decidido a entrar en política, por lo que sus superiores le ofrecen un puesto en el Departamento político de asuntos de prensa del Ejército, donde Adolf se convierte en espía a tiempo completo, dedicándose a investigar a los grupos socialistas o liberales que hubieran podido quedar como residuo en la región de Baviera.
La república de Weimar se desmorona como un castillo de naipes, sostenida sólo por el implacable afán del antiguo canciller Friedrich Ebert, que capea como puede el temporal provocado por el humillante Tratado de Versalles.
En este contexto, Hitler recibe la misión de investigar un minúsculo partido político que, por su nombre, puede albergar elementos socialistas: el Deutsche Arbeiterpartei (Partido Obrero Alemán). El DAP.

Adolf Hitler asiste como oyente a uno de los mítines del DAP y escucha extasiado las ideas nacionalistas que proponen aquellos revolucionarios. Uno de los ponentes propone la anexión de Baviera a Austria, pero Hitler no está de acuerdo con la idea y pronuncia un discurso improvisado (aunque numerosas veces rumiado en sus noches de trinchera) que atrae la atención de miembros consagrados del partido. Adolf Hitler se afilia al DAP a la edad de 30 años bajo el patronazgo de figuras como Ernst Röhm o Dietrich Eckart, auténticas "vacas sagradas" del Deutsche Arbeiterpartei.
Su febril oratoria le gana un rápido ascenso en el escalafón del partido. Pronto, sus mítines se convierten en fiestas multitudinarias en las que el nacionalismo alemán empieza a mezclarse peligrosamente con las ideas antisemitas que Hitler había tomado de la "puñalada por la espalda", de las teorías de Chamberlain y de los textos de Gobineau.

Chamberlain
Durante toda su vida, Adolf Hitler había sido un ávido lector. Devoraba libros a una velocidad endiablada y se empapaba de los ideales racistas que desprendían sus autores.
Para Gobineau, todos los individuos de raza blanca (especialmente los de Alemania, Francia y Gran Bretaña) proceden de una misma sangre aria contaminada en mayor o menor medida por lo que él consideraba como "razas inferiores": la negra y la amarilla. Esta era, a grandes rasgos, la teoría que defendía en su "Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas", que Hitler tenía como clarísima referencia.
Houston Steward Chamberlain, yerno de Richard Wagner, iba un poco más allá. Tomando como base la teoría de Gobineau, añadía a esta su creencia de que los judíos mantenían una feroz endogamia con el fin de conservar su pureza de sangre y, por este medio, dominar a todas las demás razas. Según Chamberlain, lo perverso de esta forma de actuar era que, al mismo tiempo, los judíos utilizaban a sus varones para contaminar la pureza del resto de las razas.
Estas eran las ideas que se intercalaban con la grandeza nacional y la traición a la patria en los discursos de Hitler. El día 24 de febrero de 1.920, más de 6.000 personas escucharon y jalearon estas teorías en un populoso discurso pronunciado bajo la cruz gamada, recién elegida como símbolo del partido por el propio Hitler.

Para la primavera del año 1.920 el DAP ya era, indiscutiblemente, propiedad de Adolf Hitler. Los militantes estaban completamente rendidos ante el furibundo discurso de aquel hombre que lanzaba improperios desde su estrado ante la mirada atenta de miles de personas que no se perdían ni uno sólo de sus gestos. De este modo, el nombre del partido cambió a National Sozialistische Deutsche Arbeiterpartei o, lo que es lo mismo, Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán: el NSDAP.
Los mítines cada vez eran más multitudinarios y, del mismo modo, lo eran las voces que se alzaban contra el ideario radical que el partido estaba asumiendo como propio. Para solucionar este pequeño inconveniente, Hitler reunió en octubre de 1.921 a un numeroso grupo de veteranos de guerra alemanes afiliados al NSDAP y afines a su nueva filosofía.
Mítin del NSDAP
En aquella reunión, Adolf puso bajo al escuadrón bajo el mando de Emil Maurice y le encomendó la tarea de mantener el orden en sus mítines. Acababan de quedar conformadas las SA, la sección de asalto del NSDAP.
En un principio, las SA se encargaron de que ningún elemento subversivo interviniera en los discursos de Hitler. La premisa era fácil: si alguien rompía el orden, ellos le rompían los dientes... pero las SA no estaban formadas por guardaespaldas profesionales, sino por soldados alejados de la guerra por la desmilitarización del Tratado de Versalles. Pronto, las secciones de asalto empezaron a extralimitarse y a atacar a los "enemigos del partido" o, lo que es lo mismo, a pegar palizas a marxistas y judíos.
La situación se mantuvo así, con Hitler ya oficialmente a la cabeza del partido tras la renuncia de Drexler (el anterior presidente) y recabando cada vez más apoyos. Las clases altas de Baviera empezaban a interesarse por los ideales nacionalistas del NSDAP, lo que se tradujo en un crecimiento exponencial de los ingresos del partido durante los siguientes dos años.

En enero de 1.923, la república decidió interrumpir los pagos de compensación establecidos en Versalles. Como respuesta, Francia ocupó la región industrial del Ruhr, lo que supuso un durísimo golpe para la maltrecha economía alemana.
La desmovilización de tropas y el desarme aceptado en la firma del Tratado habían dejado los territorios germanos totalmente indefensos ante cualquier amenaza, por lo que el 26 de septiembre, Alemania se vio obligada a reanudar los pagos. Esta pantomima era de todo punto inaceptable para Hitler y sus seguidores. Si la fuerza había funcionado en tantas otras ocasiones, ¿por qué no iba a hacerlo en esta? Había llegado la hora de tomar el poder.

viernes, 17 de febrero de 2012

El auténtico derecho de pernada

Por una fuente u otra, todos hemos oído hablar alguna vez del tan cacareado derecho de pernada, esa potestad de "primae noctis" que facultaba al noble terrateniente de la zona para desflorar a toda doncella de baja estofa que se casase con uno de sus súbditos... pues bien, se trata tan sólo de una "patraña histórica". En la entrada de hoy vamos a tratar de desmitificar el aura que rodea a este derecho nobiliario dejando al descubierto la realidad que se esconde tras la costumbre.

El derecho de pernada
Es cierto que los nobles medievales gustaban de violar a muchachas de inferior condición; del mismo modo que es cierto que estas, ya fuera por vergüenza o por miedo a represalias, no solían denunciar el hecho (aunque de haberlo hecho, tampoco las habrían prestado demasiada atención). Lo que no es cierto es que estos abusos sexuales estuvieran amparados por una ley.
El derecho de pernada era un impuesto que el siervo debía pagar a su señor en el día de su boda. Según la región, el valor de este impuesto variaba pero, generalmente (de ahí su nombre), consistía en unpernil de cada res sacrificada para el enlace; es decir, ¿has sacrificado dos cerdos? al noble le tocan dos jamones. En otros países, el derecho de pernada se pagaba, directamente en dinero contante y sonante. 

Cogiendo polvo en la biblioteca nacional de Francia, se conserva un texto suizo que data del sigo XV y que especifica que el pago ascenderá a cinco chelines y cuatro peniques, una cantidad más que razonable para un campesino de la época.
Escena de abusos
En tierras españolas, los nobles abusaron de este derecho y lo utilizaron para, hablando en plata, follarse a todo lo que se movía en sus tierras... la cosa llegó hasta tales extremos que el rey Alfonso X tuvo que promulgar un edicto mediante el que condenaba a una multa de 500 sueldos y a la pérdida de sus títulos a todo aquel noble que osase tomar esta costumbre como ley para abusar de las doncellas que se casasen en sus dominios.
Ya rozando los albores del siglo XVI y sin salir de nuestras fronteras, Fernando el Católico abolió definitivamente la costumbre de abusar de las doncellas, que empezaba a amenazar con convertirse en una verdadera fuente de conflictos.

Las fuentes históricas hablan de distintos tipos de "pernada" en territorios de toda Europa occidental.... pero ni un solo documento histórico de relevancia define el derecho legal del señor a abusar sexualmente de sus siervas. Por el contrario, sólo encontramos vagas referencias a la "primae noctis" como costumbre nobiliaria sin respaldo legal y, si buscamos un poco más en profundidad, hallamos numerosos documentos en los que reyes, eclesiásticos y nobles de mayor enjundia desprecian este uso del derecho de pernada despojándolo de cualquier respaldo autoritario que pudiera tener.

martes, 14 de febrero de 2012

Camboya, año cero

Abril del año 1.975. El partido democrático de Camboya (más conocido como los Jemeres Rojos) acaba de llegar al poder y la gente se agolpa en Phnom Penh para asistir al discurso de investidura de Pol Pot.
El líder de los comunistas camboyanos promulga un maoísmo llevado al extremo: todo vestigio del pasado debe desaparecer para dejar paso a la nueva Camboya libre y dueña de su propio destino. Es el inicio de una nueva edad dorada para el país asiático... o debería haberlo sido, pues ya se sabe que cualquier ideología llevada al extremo acaba degenerando invariablemente en algo que no se parece en nada a la idea original.

Pol Pot
El nuevo gobierno empieza a extender su radicalismo suprimiendo la moneda, las escuelas, el mercado, la literatura, el arte, las religiones... y los núcleos de población urbanos. Esta dictadura del campesinado estipula que todos los habitantes de las ciudades son considerados, per se, enemigos del régimen y que, por lo tanto, deben ser exterminados del mismo modo en que deben serlo los intelectuales (o todo aquel que se asemeje vagamente a uno).
De esta manera, los Jemeres Rojos evitan cualquier conato de pensamiento propio y, para completar la transformación, cierran las fronteras aislando el país de toda influencia extranjera y, por lo tanto, enemiga.
Las antiguas escuelas son rápidamente reconvertidas en prisiones políticas que, sabiendo la paranoia que afecta a todos los dictadores, están atestadas... mientras la comunidad internacional calla y consiente.

El día 17 de abril, los habitantes de las ciudades son obligados a trasladarse al campo. La mudanza masiva implica a dos mil millones de personas que son obligadas a caminar centenares de kilómetros hasta los destinos que les han sido asignados.
Columnas interminables de urbanitas abandonan sus lugares de origen flanqueadas por regimientos enteros de soldados fieles al régimen y que, además, padecen una "enfermedad" que suele afectar a todos los brazos armados de dictaduras afines a un signo político u otro: son de gatillo fácil.
Los enfermos son obligados a salir precipitadamente de las camas en las que se encuentran hospitalizados, coger lo poco que puedan llevar con ellos y unirse a las columnas de deportación. A aquellos que estaban tan enfermos como para no poder salir del hospital por sus propios medios se les aplicaba una medicina que no falla nunca: el balazo en la nuca.
Mapa de Camboya hecho con cráneos
Lógicamente, la gente no abandona sus casas de buen grado, pero los que se quejan son fusilados inmediatamente delante de sus familiares y vecinos, que miran al suelo y lloran la pérdida en silencio por miedo a sufrir el mismo destino o uno peor: visitar una de aquellas antiguas escuelas de las que, según se decía, nadie volvía a salir... con vida.
Los Jemeres Rojos no eran estúpidos y sabían que las rebeliones urbanas podían reproducirse en el campo, pero Pol Pot lo tenía todo planeado: los habitantes de las ciudades fueron reubicados en el campo de manera que cualquier retazo de arraigo familiar o territorial les fuera arrancado de raíz. Los matrimonios fueron disueltos de modo que el marido era enviado a un sitio, la mujer a la punta contraria del país y los hijos... bueno, con los hacían cosas peores.

El éxodo masivo había sido completado en tiempo récord y había llegado la hora de buscar al peor enemigo de todos: aquel que cobija en el propio partido para favorecer los intereses del "demonio extranjero". En este momento, los Jemeres Rojos crearon centros de reclusión por todo el país y empezaron a llenarlos de gente que había cometido crímenes tan horrendos como llevar gafas, tener un título universitario, saber un idioma extranjero o haber trabajado en una oficina antes del auge del partido democrático.
Una vez allí, los acusados eran torturados hasta que confesaban crímenes que, obviamente, no habían cometido. En base a esta confesión obtenida bajo métodos de tortura de los más imaginativos, los Jemeres Rojos quedaban legitimados (o eso pensaban ellos) para ejecutar al detenido, a toda su familia y a sus amigos más cercanos.
El más célebre de estos campos es el de Tuol Sleng. 20.000 personas entraron a este campo entre 1.975 y 1.979; tan sólo 7 de ellas salieron con vida.

Reglamento de Tuol Sleng
Las estimaciones de víctimas de la época variaban significativamente según el bando que las emitiera: mientras que la CIA hablaba de entre 50.000 y 100.000 muertos, el gobierno vietnamita elevaba esta cifra de bajas hasta los 3.000.000.
Investigaciones posteriores han demostrado que los vietnamitas no iban muy desencaminados: en tan sólo 4 años 700.000 personas murieron de hambre y enfermedades, entre 400.000 y 600.000 fueron ejecutadas (oficialmente), 400.000 fallecieron durante los traslados de los que hemos hablado antes y otras 300.000 lo hicieron por causas poco claras. Esto deja un escalofriante balance total de dos millones de muertos. Dos millones de personas fallecidas en tan sólo cuatro años mientras la comunidad internacional callaba y miraba desde sus butacas de primera fila.

El régimen de Pol Pot llegó a su fin en 1.979, tras el intento de invasión de Vietnam por parte de los Estados Unidos. Los dirigentes de aquella masacre no han sido juzgados por sus crímenes.
El partido de los Jemeres Rojos pervivió bajo el nombre de Kampuchea Democrática hasta el año 1.999 cuando la comunidad internacional se hizo eco de la verdadera magnitud de la tragedia y empezó a hacer débiles intentos por llevar a sus responsables ante un tribunal... pero ya era demasiado tarde. Pol Pot había muerto en 1.998 y el gobierno Camboyano, responsable último de la celebración del juicio, se negaba a aceptar la intervención de un tribulan internacional. ¿La razón? La mayor parte de los altos cargos gubernamentales habían apoyado a los Jemeres Rojos en su periodo de apogeo y, después de 1.979, se habían ido integrando en las instituciones.
El juicio, celebrado finalmente en el año 2.009 sólo afectó a dos antiguos Jemeres: Khaing Khek Iev (responsable del centro de Tuol Sleng) y Chhit Choeun (último comandante de la guerrilla jemer). El resto, como suele suceder en estos casos, se fueron "de rositas".

viernes, 10 de febrero de 2012

El "sacco di Roma"

Estamos en el año 1.527, Carlos V ha sido nombrado emperador del Sacro Imperio hace 7 años y los campos de batalla del norte de Italia han visto ya auténticas riadas de sangre. Parece que la suerte sonríe al Sacro Imperio, pues los imperiales han tomado Milán y se han hecho con el control del norte de Italia; pero el Papa Clemente VII no está por la labor de perder su posición de dominio en favor del Imperio, así que da su apoyo a Francia en un intento por dar un vuelco a la situación... y vaya si lo dió.

Clemente VII
En un principio, el ejército imperial las pasó canutas ante el poderío francés pero, finalmente, consiguió imponerse con mucho sudor y muchas bajas por parte de ambos bandos.
Un ejército de 34.000 hombres no es barato de mantener así que, cuando llegó la hora de rascarse el bolsillo, los comandantes se encontraron con que no tenían dinero suficiente para pagar la soldada. Como era de esperar, este pequeño inconveniente no le pareció tan pequeño a la tropa, que se amotinó y obligó a su comandante en jefe, el duque de Borbón, a enfilar hacia Roma: si el Sacro Imperio no estaba en condiciones de pagarles, los soldados se cobrarían allí lo que era suyo y lo que no.

Una columna formada por 10.000 españoles, 10.000 mercenarios alemanes y otros 14.000 hombres entre infantería italiana y caballería llegan a las murallas de Roma el día 5 de mayo. La formación de los imperiales rebosa mala leche por los cuatro costados y el Papa observa el despliegue desde el vaticano con los huevos, como suele decirse, de corbata.
Al día siguiente, el ejército imperial inicia el asalto contra unas murallas mal defendidas por 189 guardias suizos y 5.000 milicianos a las órdenes de Renzo da Ceri. El ataque es brutal y los imperiales rebasan las pobres defensas rápidamente. Algunos tramos de muralla todavía resisten, pero será por poco tiempo.
El duque de Borbón, pese al creciente cabreo de sus tropas, consigue imponer una mínima disciplina que mantiene a los soldados atados en corto... pero alguien, se dice que fue el artista Benvenuto Cellini, decide que sería una buena idea pegarle un tiro a aquel imperial insolente. La puntería no le falló, pero la intuición sí.

Sacco di Roma
Con la muerte de su comandante en jefe, los soldados quedan sin mando y deciden que ha llegado la hora de cobrar su salario. Con la indisciplina por bandera, los imperiales asaltan los tramos de muralla que quedan y empiezan a desplegarse por la capital de los Estados Pontificios.
Lo primero que hacen es ejecutar sumarísimamente a un grupo de 1.000 defensores que se empecinaba en resistir. Acto seguido ponen rumbo al Vaticano reclamando la cabeza de Clemente VII.
La situación es, por decirlo de un modo suave, bastante tensa. Los soldados imperiales están desatados y 147 de los 189 guardias suizos dan su vida en una batalla encarnizada con el fin de dar tiempo al Papa para que huya hacia Castel Sant'Angelo por un pasadizo secreto. Una vez que caen los guardias suizos, la cuidad queda a merced de los imperiales, que no tardan ni cinco minutos en empezar a saquearla matando, ya que están puestos, a la población.
Tres días después de la entrada de los imperiales, llegó a la ciudad el cardenal Pompeo Colonna, enemigo personal del Papa. Traspasó las puertas (o lo que quedaba de ellas) seguido por un buen número de campesinos de sus feudos deseosos de unirse al saqueo... pero como estaría la cosa, que a Colonna se le puso tan mal cuerpo que decidió dar asilo en su palacio personal a un buen número de ciudadanos romanos.
Viendo el percal, un comandante de caballería llamado Filiberto ordenó el cese inmediato de los disturbios. Lógicamente, los soldados estaban demasiado ocupados robando, violando y matando (no necesariamente por este orden) a la población romana que aún aguantaba el tirón, así que le hicieron más bien poco caso.

Carlos V
La ciudad ardía, los cadáveres se amontonaban en las calles y Clemente VII asistía al espectáculo desde su palco privilegiado en Castel Sant'Angelo. Si cuando empezó el saqueo estaba muerto de miedo, no es necesario explicar el estado de ánimo que tenía en ese momento. Su estrategia consistía en refugiarse tras los muros y lanzar mensajes de socorro en todas direcciones con la esperanza de que alguien acudiera en su ayuda.
El día 1 de junio, casi un mes después del asalto a las murallas, llegó a Roma un contingente italiano comandado por Francesco Maria della Rovere y Michele Antonio de Saluzzo. Los imperiales no habían terminado con su labor y, por lo tanto, no estaban dispuestos a entregar su botín de guerra a los italianos, así que arremetieron contra el ejército enemigo y lo arrasaron en un abrir y cerrar de ojos.
Finalmente, el día 6 de junio, Clemente se rindió y compró su propia vida a los imperiales por la cifra nada desdeñable de 400.000 ducados y las ciudades de Parma, Piacenza, Civitavecchia y Módena.

Las tropas se retiraron de Roma dejando tras de sí un montón de escombros humeantes. Oficialmente, Carlos V quedó muy disgustado por el comportamiento de sus tropas e incluso vistió luto en recuerdo de los ciudadanos romanos caídos; lo que pensara extraoficialmente ya es harina de otro costal.
De cualquier manera, el Papa se cuidó durante el resto de su vida de no hacer ni un sólo movimiento que pudiera ofender aunque fuera mínimamente al Sacro Imperio o al propio Carlos V.

martes, 7 de febrero de 2012

Los "red tails" de Tuskegee

Para la entrada de hoy dejaremos volar nuestra imaginación a los Estados Unidos de los años 40. Estamos a finales de 1.941 y la sociedad norteamericana se estremece ante la noticia que aparece en la primera plana de todos los periódicos: los japoneses han atacado Pearl Harbour y el presidente Franklin Delano Roosevelt ha respondido metiendo al país en la II Guerra Mundial.

Aviadores de Tuskegee
Aún por estas fechas, la segregación racial en Estados Unidos se mantenía en unos niveles preocupantes y suponía un auténtico dolor de cabeza para el presidente pero, como no hay mal que por bien no venga, Roosevelt aprovechó la entrada oficial en guerra de Estados Unidos para crear un cuerpo de aviadores exclusivamente formado por hombres de raza negra; una especie de pilotos propagandísticos que sirvieran para atraer a los negros al ejército que había de luchar en las cruentas batallas del Pacífico.
Un campo de entrenamiento fue establecido a las afueras de la universidad de Tuskegee, situada en Alabama y poblada mayoritariamente por alumnos afroamericanos.

445 pilotos de raza negra salieron de aquel campo dispuestos a hacer morder el polvo al Reich y a sus aliados. De ellos, 150 murieron en combate y el resto regresaron a Estados Unidos, donde fueron condecorados con la Medalla de Oro del Congreso en un acto de reconocimiento encabezado por George W. Bush y celebrado el 29 de marzo de 2.007.

Aquel escuadrón de los "red tails", conocido así por el color de las colas de los cazas que pilotaban, tenía que haber sido un arma propagandística, ni mas ni menos, pero se convirtió en un cuerpo de aviadores de una eficacia terrible.
Entre todos ellos suma un total de 15.000 actos de guerra, con 950 vehículos y  251 aviones enemigos destruídos. Algunos historiadores hablan de que ningún bombardero escoltado por los aviadores de Tuskegee fue derribado jamás por el enemigo... otros, menos románticos, hablan de 25 bombarderos derribados. Aún así, teniendo en cuenta el número de misiones en las que participaron, el número es impresionantemente bajo.
Los pilotos de Tuskegee, aquellos hombres negros que debían servir como propaganda de tolerancia para Franklin Delano Roosevelt, combatieron en el Pacífico y en el Mediterráneo y, además, fueron utilizados como cazas escolta para los bombarderos que arrasearon Austria y Alemania. Al final del camino, los 445 "red tails" acumulaban un total de 474 distinciones y medallas de los más altos rangos.

viernes, 3 de febrero de 2012

La leyenda de los 47 rōnin

Para la entrada de hoy, dejaremos volar nuestra imaginación hasta el misterioso Japón del año 1.701. El honor es la única moneda válida y los guerreros samurai, lejos ya de las sangrientas guerras de siglos anteriores, buscan su sitio en la nueva sociedad sin olvidar las enseñanzas del Bushidō, su código de conducta. Es en este contexto en el que se produce el Incidente de Akō, nombre por el que se conoce en Japón a la historia de los 47 rōnin.

2 de los 47 rōnin
Cuenta la leyenda que un pequeño noble llamado Asano Takumi fue ascendido por su shōgun (su señor natural) a la categoría de daimyō y que le fue encomendada la tarea de recibir y entretener en nombre de su shōgun a los enviados de la familia imperial.
Asano se tomó el trabajo en serio, pero las estrictas cuestiones de protocolo imperantes en la corte nipona excedían sus conocimientos, por lo que le fue asignado un maestro llamado Kira Kozukenosuke para que le instruyera en esas lides.
Kira despreciaba a Asano y, por más que su discípulo se esforzase en aprender todas las normas de etiqueta, Kira disfrutaba enormemente humillándolo. Primero llegaron los pequeños desplantes; luego la cosa fue a mayores y estos se convirtieron en reproches insloentes ante numerosos testigos. La gota que colmó el vaso llegó en el palacio del shōgun.

En una reunión en la que estaban presentes maestro y discípulo, Kira insultó gravemente a Asano en presencia del shōgun y este, incapaz de soportar más humillaciones, desenvainó su daga y la blandió contra Kira, saldándose el ataque con un profundo corte en la frente del maestro y con el discípulo arrestado por los guardias del shōgun.
Empuñar un arma con ira contra un semejante estaba terminantemente prohibido, pero hacerlo en el palacio del shōgun constituía una afrenta personal contra este, por lo que Asano fue condenado a muerte, dejándole un leve resquicio para una muerte honrosa mediante el seppuku (o harakiri), del que ya hablaremos en otra ocasión.
Asano, como hombre de honor que era, aceptó su destino y se suicidó arrepintiéndose de una sola cosa: no haber matado a Kira cuando tuvo ocasión de hacerlo.

Lápidas de los 47 rōnin
Las noticias del destino sufrido por su patrón llegaron hasta los samurais que servían bajo las órdenes de Asano. La revelación de que a partir de ese momento se habían convertido en rōnin (guerreros sin señor) cayó como una losa sobre el grupo.
Algunos de los antiguos samurais decidieron lanzarse a los caminos en busca de otro señor al que servir. Otros, simplemente, se dejaron ir y acabaron sus días como mendigos o ladrones; pero hubo un grupo que decidió vengar la memoria de su daimyō.

Los 47 rōnin más fieles a Asano planearon su venganza con una eficacia escalofriante. Sabían que Kira estaría protegido constantemente por la guardia que le había puesto el shōgun y que el antiguo preceptor de su señor no asomaría la nariz más allá de las murallas de su fortaleza.
Además, tenían fundadas sospechas de que Kira había sembrado los caminos de espías que seguirían todos los movimientos de cada uno de los 47 rōnin.
Por esta razón, los antiguos samurais se mezclaron con el vulgo, convirtiéndose en mendigos, borrachos y bronquistas tabernarios de la peor calaña... pero no erasuficiente.
Viendo la estrecha vigilancia a la que Kira les tenía sometidos, los rōnin decidieron tomar medidas más drásticas: abandonaron a sus mujeres y a sus hijos, se convirtieron en clientela fiel de los peores antros de todo Japón e incluso se mudaron, dispersándose a los cuatro vientos y llevándose con ellos a los espías de Kira, que cada vez tenían más dificultades para hacer llegar sus informes al antiguo maestro.

El líder de los rōnin era un guerrero llamado Oishi, que se mudó a Kioto y se convirtió en el borracho más desharrapado de la cuidad.
Dado que era el jefe de la antigua guardia de Asano, Oishi era también el rōninmás vigilado por los hombres de Kira, por eso no es de extrañar que cuando salió de una taberna tan borracho que se quedó dormido en mitad de la calle soportando los desprecios de la gente que le escupía y le golpeaba la cara, los espías mandasen a su señor el mensaje de que los antiguos guardianes de Asano habían tocado fondo y se habían convertido en unos estúpidos inofensivos... este era el momento que Oishi llevaba esperando un largo año. Kira había bajado la guardia; había llegado la hora de la venganza.

Asalto a la mansión de Kira
El grupo volvió a reunirse a finales del año 1.702 y, tras armarse convenientemente, asaltó la residencia de Kira. Durante el periodo de planificación de la venganza, uno de los antiguos servidores de Asano había llegado a casarse con la hija del constructor de la casa de Kira con el único propósito de tener acceso a los planos.
Los rōnin estaban preparados, perfectamente armados y conocían cada rincón de la casa; la masacre no se hizo esperar.
Muchos de los guardias de la fortaleza cayeron muertos antes de darse cuenta de lo que estaba pasando, pero otros presentaron una decidida resistencia que le costó la vida a uno de los rōnin. Aún así, Kira fue hallado en los jardines del palacio y conducido a la presencia de Oishi, quien le tendío la daga con la que Asano se había practicado el seppuku y, con ella, la oportunidad de morir como un hombre de honor. Kira desestimó la oferta, por lo que fue decapitado con aquella misma daga .
Una vez llevado a cabo el trabajo sucio, los hombres de Oishi metieron la cabeza de Kira en un balde y la llevaron hasta Sengakuji, donde estaba enterrado su antiguo señor. Tras haber ofrendado a Asano la cabeza cortada de su ofensor, los 47 rōnin se entregaron a la justicia del shōgun.

700 soldados se desplazaron hasta Sengakuji para capturar a los rōnin, pero ni una sola gota de sangre fue derramada en aquella jornada. Los rōnin se entregaron pacíficamente y fueron conducidos ante el shōgun, quien dictó sentencia 47 días después. Los antiguos samurais habían caído en el delito de asesinato pero, puesto que lo habían hecho para honrar la memoria de su señor y les había guiado la lealtad en lugar de la ira, tenían derecho a morir como lo había hecho su daimyō: conservando el honor mediante el ritual del seppuku. Los rōnin no lo dudaron. Sacando sus dagas, se fueron suicidando uno a uno.
Fueron enterrados en Sengakuji, junto a la sepultura de su señor y aún a día de hoy los japoneses llevan incienso para honrar la memoria de los mayores paradigmas del honor y la fidelidad que ha dado su historia.