martes, 31 de mayo de 2011

Becerrillo

Los animales han sido utilizados en la guerra desde tiempos inmemoriales y todos conocemos algún caso. En este mismo blog, hablamos en una ocasión sobre el sargento Gander, un perro que destacó por su heroísmo durante la Segunda Guerra Mundial, pero hoy vamos a dedicar unos minutos a revisar la historia de uno de los perros de guerra más determinantes durante la Conquista de América: Becerrillo.

Becerrillo era un Alano Español que, como el resto de sus congéneres, fue adiestrado en la isla caribeña de La Española. En dicha isla, militares destinados a tal fin seleccionaban a los mejores ejemplares y los entrenaban para convertirlos en auténticas máquinas de matar. Nuestro protagonista consigue destacar entre los demás debido a su descomunal tamaño y a su fiereza, cualidades gracias a las que es escogido por el conquistador Diego de Salazar, quién lo convertirá en su compañero inseparable durante su andanza por las Américas.

Alano Español
Según cuentan las crónicas, Becerrillo tenía unas mandíbulas poderosas cuajadas de dientes que eran capaces de arrancar el brazo de un adulto sin mayores complicaciones y era mortal de necesidad en combate. Su ferocidad en el campo de batalla se convirtió en legendaria, pero también se le daba uso como perro de presa para cazar a los indios que trataban de huir, limitándose a arrastrarlos hasta las posiciones aliadas siempre y cuando no opusieran resistencia (si la oponían, bueno, podéis imaginar lo que pasaba).
Además de todas estas cualidades, Becerrillo tenía la capacidad de diferenciar entre los indios aliados y los que no lo eran y no dudaba en arriesgar su propia vida una vez tras otra si con eso podía salvar la de otros. Esto le valió ración doble de comida fija (comía mejor que los propios soldados) y un sueldo equivalente al de un ballestero que debía ser destinado a su manutención.

Tras largos años de continua guerra en el ejército, Becerrillo es relevado del servicio y destinado, junto a su amo, Diego de Salazar, a la hacienda del conquistador Pedro Mejía, donde esperan incorporarse al cuerpo de guardia comandado por Sancho de Aragón y poder descansar... pero, como ocurre a menudo, las cosas no salieron exactamente como las habían planeado.

Cierto día, los indios caribe asaltaron la hacienda, matando a todos sus ocupantes salvo a Sancho de Aragón, quien fue secuestrado y llevado hacia el río. Becerrillo no dudó en salir tras los indios, liberando a dentelladas a Sancho y poniendo en fuga a los indios que no habían muerto en el ataque. Estos, viéndose indefensos, se subieron a sus canoas y empezaron a lanzar flechas envenenadas para cubrir su retaguardia mientras huían... una de esas flechas impactó en el costado de Becerrillo.

Sus compañeros de armas encontraron el cadáver del perro junto al río. Por los servicios prestados a la Patria, decidieron enterrarlo con honores; pero lo hicieron en lugar desconocido y continuaron asustando a los indios con la presencia de Becerrillo hasta que estos se enteraron de que había muerto años antes.

viernes, 27 de mayo de 2011

Jenízaros, los de la Sublime Puerta

A día de hoy, sabemos que los jenízaros constituyeron la tropa de élite del Imperio Otomano, llegando a formar la guardia pretoriana del mismísimo sultán pero... ¿qué llevó a un gfrupo de muchachos cristianos a convertirse en fieros soldados del Islám? Vamos a intentar descubrirlo.

Jenízaros
En un principio, el ejército de la Sublime Puerta (como era conocido el gobierno del Imperio Otomano) estaba formado principalmente por guerreros libres que dependían de jefes tribales. Esto suponía dos problemas básicos: en primer lugar, estos soldados no aceptaban casi nunca un destino de infantería debido al riesgo que conllevaba y, en segundo lugar, el carácter de los clanes era veleidoso y sus lealtades no estuvieron del todo claras en ningún momento.
Esta circunstancia se unió al hecho de que las mazmorras imperiales estaban repletas de prisioneros cristianos jóvenes y fuertes, curtidos por una vida de continuos combates y que renegaban de la esclavitud a la que sin duda serían destinados. Entonces, ¿por qué no utilizar a esos infieles? ¿por qué no darles la opción de escapar de la esclavitud a cambio de servir en el ejército del Islám? En respuesta a estas preguntas, Orhan I (segundo sultán del Imperio Otomano) fundó el cuerpo de jenízaros.

La tropa permanente de los jenízaros siguió nutriéndose de esclavos y prisioneros de guerra hasta que, en el año 1380, Selim I decidió profesionalizar su única unidad de infantería verdaderamente fiable. El sultán instauró en los territorios que le rendían tributo (principalmente en Grecia y los Balcanes) el devshirmeh, un impuesto mediante el que los gobernantes de dichos territorios se comprometían a entregar un determinado número de niños para que sirvieran en el ejército turco.

Orhan I
Los infantes cristianos eran reclutados en edades que oscilaban entre los 7 y los 14 años, pero no se convertirían en jenízaros de pleno derecho hasta que cumplían los 24 o 25 años. Durante el tiempo que duraba su entrenamiento, los muchachos eran recluídos en escuelas militares llamadas Acemi Oğlanı, en las que se le enseñaban tácticas de combate cuerpo a cuerpo y manejo de todo el abanico armamentístico de la época.
Pero no todo eran duros ejercicios físicos en las Acemi Oğlanı. Aparte de las cosas que los futuros soldados iban a necesitar para llevar a cabo su profesión, se les enseñaban otras como literatura, idiomas o cálculo, además de diversos juegos y deportes destinados a favorecer la camaradería y la cohesión entre el futuro escuadrón de jenízaros.
Los chicos que estudiaban en estas escuelas militares estaban obligados a aprender de memoria el Corán y, pese a que no estaban obligados a ello, la mayoría terminaba convirtiéndose al Islam antes de que llegara el momento que todos esperaban con fervor, el día en el que dejaban de ser niños para convertirse en jenízaros.

Sólo los que hubieran demostrado mayores aptitudes durante el largo periodo de entrenamiento alcanzaban este estatus y, desde ese mismo momento, consagraban su vida al cumplimiento del deber. La única familia de un jenízaro era el resto de su pelotón y su único padre era el sultán del Imperio Otomano.

Derviche turco
Desde sus inicios, la orden de los jenízaros tomó como guías espirituales a los derviches, una orden religiosa suní formada por mendigos ascéticos que renegaba de los bienes materiales. Esta asociación consiguió poner al cuerpo de jenízaros en una posición en la que no importaban el oro, la plata y los ropajes caros; sino, única y exclusivamente, la gloria dada a la Sublime Puerta... pero todo esto cambió a partir del siglo XVI.

A lo largo de tres siglos (XVI, XVII y XVIII), los jenízaros empezaron a tomar una importancia desmesurada en el ejército del Imperio Otomano y el cuerpo comenzó a corromperse. El dinero corría en ríos procedentes de los saqueos, el tráfico de infuencias se había convertido en un hecho cotidiano y la disciplina de las nuevas generaciones iba en clara decadencia pero, en contrapunto a esto, los jenízaros habían adquirido gracias a sus resonadas victorias, una influencia política que rivalizaba con la del propio sultán.
Los jenízaros empezaron a intrigar contra el gobierno, exigiendo concesiones y priviliegios bajo la amenaza constante del golpe de estado, alcanzando su punto álgido en 1648, año en el que consiguieron que se aboliera el sistema de devshirmeh para que sólo los jenízaros ya reclutados pudieran transmitir sus empleos y privilegios a sus hijos.

Mahmut II
Continuaron siendo terriblemente eficaces en combate pero, ya en el siglo XIX, el sultán Mahmut II se hartó de las extorsiones sufridas a manos de su tropa de élite y hurdió un plan para disolver el cuerpo de jenízaros. En el año 1826, el Imperio Otomano empezó a entrenar por orden de Mahmut II a una nueva tropa de élite formada por combatientes turcos. Como era de esperar, a los jenízaros no les hizo ninguna gracia la constitución de un cuerpo que podía amenazar su estatus político, por lo que, tal como habían previsto el sultán y su estado mayor, se sublevaron en las calles de Estambul.
La rebelión derivó en una maniobra de exterminio mediante la que Mamut II asesinó a todos los jenízaros que pudo encontrar, disolviendo oficialmente el cuerpo y exiliando a las provincias más lejanas del imperio a los pocos supervivientes que depusieron las armas.

Esta es la historia de como un puñado de esclavos llegaron a convertirse en una tropa de élite capaz de hacer tambalearse los cimientos de un imperio y de cómo la soberbia y la avaricia de sus hijos desembocó en una matanza que borró de la faz de la tierra todo el trabajo de sus antepasados.

martes, 24 de mayo de 2011

El combate de los Treinta

Francia, año 1341. El duque Juan III de Bretaña muere sin dejar descendencia y los posibles herederos se abalanzan sobre el trono vacante como fieras hambrientas. El aspirante con, a priori, mayores derechos es Juan de Monfort, medio hermano del difunto duque... pero esto es la Guerra de los Cien Años, y nada resulta tan sencillo en este marco.

Bretaña francesa
Juan de Monfort recaba el apoyo de Eduardo III, rey de Inglaterra; pero se alzan voces que claman en su contra precisamente por considerarlos aliado de los ingleses. En esta tesitura, Carlos de Blois se alza por encima del resto de aspirantes y se posiciona como clara alternativa, con el apoyo directo de Felipe VI de Francia, al gobierno encabezado por de Monfort.

Señores, siéntense y disfruten, la Guerra de Sucesión Bretona ha comenzado.

El conflicto se prolongó durante 23 largos años, anegando de sangre los campos de la Bretaña Francesa y dando una nueva dimensión a la Guerra de los Cien Años, que en esta región se convirtió de repente en una guerra civil en la que los hermanos se mataban entre sí y en la que un pueblo podía ser borrado de la faz de la tierra por sus propios vecinos.

En medio de toda esta debacle, nos encontramos con dos ciudades enfrentadas que distaban pocos kilómetros entre sí: la guarnición proinglesa de Ploermel y el pueblo profrancés de Josselin. Las fuerzas estaban igualadas y los comandantes de ambas guarniciones no querían enfrentarse en batalla campal por el inmenso coste de vidas y materiales que dicha batalla conllevaría... así que llegaron a un acuerdo.
Robert de Beaumanoir, al mando del contingente francés, y Robert Bemborough, a cargo del inglés, decidieron organizar un combate entre caballeros en el que se enfrentarían sus mejores hombres comandados por ellos mismos.
De este modo, el día 27 de Marzo de 1351, se reunieron en Chêne de Mi-Voie, a medio camino entre Ploermel y Josselin, 60 soldados dispuestos a dar la vida por su causa.

Combate de los Treinta
En el bando británico, Bemborough comandaba una fuerza mixta de 6 hombres de armas y 23 jinetes mientras que, en el bando contrario, Beaumanoir se presentó en el campo de batalla con 29 aguerridos infantes a sus espaldas.
Las reglas estaban claras: sólo se podrían utilizar espadas, hachas, lanzas y dagas de misericordia, lo que excluía las muertes a distancia causadas por arcos y ballestas. En cuanto a la condición de victoria, bueno, no podía ser más simple... el último hombre en pie gana.

El combate empezó y las primeras bajas no tardaron en hacer acto de presencia. Los hombres luchaban con valor hasta que morían o quedaban incapacitados para la lucha y la peculiar batalla amenazaba con alargarse más de lo esperado. Finalmente, los hombres de Beaumanoir consiguieron llegar hasta el comandante inglés y lo mataron, por lo que el resto de la guarnición proinglesa se rindió inmediatamente.
El balance final fue de 9 muertos y 21 prisoneros en el bando de Bemborough, a los que habría que sumar los 4 muertos y 26 heridos del bando francés.

A los comandantes de ambos bandos y a los soldados que lucharon junto a ellos se les consideró adalides del ideal de honor caballeresco... pero el resultado del combate se declaró empate técnico y la Guerra de Sucesión Bretona se prolongó durante 13 largos años más hasta que, en 1364, terminaría con la sangrienta Batalla de Auray.

viernes, 20 de mayo de 2011

El cautiverio de Cabrera

Hoy vamos a hablar de uno de los episodios más negros de la historia de España, uno de esos sucesos... incómodos de recordar. Pongámonos en situación.

Andalucía, Julio de 1808. En plena Guerra de Independencia, estalla en Bailén una batalla que durante cuatro días con sus noches enfrentaría a un ejército de unos 24500 franceses al mando del general Dupont con otro formado por alrededor de 30000 españoles comandados por el general Castaños.
El combate se zanja con un saldo de 2500 muertos y 1100 heridos entre franceses y españoles, arrojando un resultado favorable para el general Castaños, quien hace prisioneros a 18000 galos que depusieron sus armas ignorantes del destino que les esperaba.

Rendición de Bailén
Los cautivos de mayor rango, como el general Dupont y su estado mayor, fueron devueltos a Francia y cesados de sus cargos por Napoleón. Los  de menor importancia corrieron suertes dispares: mientras que 4000 de ellos fueron deportados a las Islas Canarias, donde se integraron con la población local, la inmensa mayoría (unos 9000) se destinaron a un intercambio de prisioneros que nunca llegaría a producirse.

El día 9 de Abril de 1809, el trueque se demostró imposible y los galos iniciaron una travesía marcada por el hacinamiento y la disentería que los llevaría desde la bahía de Cádiz hasta la deshabitada isla de Cabrera.

Al principio de su cautiverio, los franceses eran abastecidos por mar desde Mallorca cada 4 días con lo indispensable para sobrevivir hasta el siguiente envío. En uno de aquellos viajes, una tempestad retrasó el envío y, al llegar a Cabrera, los franceses intentaron tomar el barco por la fuerza, lo que provocó que el armador del barco de suministros se negara a volver a atracar en la isla, dejando a los prisioneros sin sustento durante los dos meses que el gobierno central tardó en encontrar un sustituto.
Los oficiales de mayor rango entre los reclusos trataron de mantener el orden racionando la poca comida de la que disponían pero, cuando los víveres se acabaron e incluso el agua potable empezó a escasear, lo desesperado de su situación se reveló en toda su crudeza.

La isla de Cabrera era, en aquella época, un páramo semidesértico en el que la fauna brillaba por su ausencia y la flora era en su mayor parte venenosa. Los soldados franceses, ya mermados por la falta de alimento empezaron también a enfermar debido al consumo de agua de mar, lo que provocó que el cólera y la disentería se instalaran entre ellos mermando sus filas.

Isla de Cabrera
Se produjeron divisiones entre los distintos grupos que poblaban las islas y, mientras que el grupo formado por los oficiales trataba de mantener una sociedad tan civilizada como fuera humanamente posible en aquellas circunstancias, la soldadesca se agrupó en otros clanes con mayor o menor organización; entre ellos el de los conocidos como "robinsones", que trataban de sobrevivir con lo que obtenían del mar, y el de los "tártaros", formado por enfermos y locos que vivían en la cueva del mismo nombre.

Los episodios de canibalismo y coprofagia aumentaban exponencialmente sobre todo entre el grupo recluído en la cueva, llegando a ser tal la desesperación de los soldados que, cuando se produjo el restablecimiento de los envíos de provisiones, la mayoría de los prisioneros habían muerto o se encontraban al límite de sus fuerzas.

Cuando comenzó el reabastecimiento, cundió una especie de "sentimiento humanitario" mediante el que los captores trasladaban hasta el hospital de Mallorca a los cautivos que se encontraban en peor estado sólo para devolverlos a Cabrera en cuanto mostraban algún signo de mejoría. El problema era que los franceses que volvían a la isla relataban a sus compañeros lo bien que les habían tratado y lo mucho que habían comido durante su convalecencia, lo que provocó que el resto de presos se provocaran horribles automutilaciones o se despeñaran por un barranco tratando de ser, a su vez, hospitalizados. Finalmente, este comportamiento fue suprimido y los viajes al hospital se interrumpieron súbitamente.

Cueva de los Tártaros
Pasaba el tiempo y, animados por los nuevos envíos de suministros, los franceses empezaban a establecerse en la isla construyendo rudimentarios edificios e incluso mercados en los que comerciaban con la escasa comida y agua dulce que les llegaba en los barcos procedentes de Mallorca.
A Cabrera llegaban constantemente nuevos prisioneros capturados en las Guerras Napoleónicas, pero el hacinamiento no suponía un problema en la isla y los primeros cautivos habían muerto o se habían establecido llegando a formar un conato de sociedad en la que todo el mundo sobrevivía. Los víveres eran escasos y de pésima calidad pero, puesto que la población de la isla se mantenía en precario equilibrio entre los que morían y los que llegaban, los galos se sustentaban como buenamente podían.

En el año 1814, cuando la Guerra de Independencia llegó a su fin, los presos de Cabrera fueron devueltos a Francia.
De cada cuatro hombres, tres habían muerto. Sólo sobrevivieron 3600 soldados anémicos y enfermizos en cuya memoria se erigió un monolito que aún hoy perdura como recuerdo imborrable y acusatorio del horror que asoló la isla a principios del siglo XIX.

martes, 17 de mayo de 2011

El violinista de la muerte

Ha llegado el momento de dedicar unos minutos a un hombre del que sus propios superiores se mantenían apartados, bien por temor o bien por una especie de respeto casi reverencial. Un hombre que fue considerado por sus contemporáneos como el arquetipo del nazi perfecto: Reinhard Heydrich.

Reinhard Heydrich
El día 7 de Marzo de 1904 nace en Halle del Saale, en el corazón de la Sajonia alemana la que sería sin duda una de las mentes más brillantes del régimen nacionalsocialista. Heydrich se cría en el seno de una familia burguesa formada por Bruno Heydrich (cabeza de familia y director del instituto de Halle), su mujer (hija del director del conservatorio de Dresde) y sus dos hermanos, Marie y Heinz.
Siendo hijo como era de un hombre culto, Reinhard no tuvo ningún problema en acceder a la mejor educación que se podía obtener en la Sajonia de principios del siglo XX pero, de la misma manera, el hombre que se decidió desde el principio a forjar la mente de aquel niño también contribuyó inconscientemente a que el odio hacia los judíos empezara a incrustarse en la joven personalidad del pequeño.

Bruno Heydrich era hijo de un carpintero que había muerto cuando Bruno tenía doce años y de una mujer de origen humilde que se había casado en segundas nupcias con un mecánico de ascendencia judía llamado Gustav Süss. En la Alemania sacudida por el antisemitismo en la que nació Reinhard, esto no era precisamente una ventaja y los demás chicos del colegio empezaron pronto a burlarse de él por el apellido judío de su abuelo.
Heydrich soportó las puyas acumulando un odio cada vez más cerval contra los hebreos hasta que, en 1920, se enroló en la Deutschvölkischer Schutz-und Trutzbund, una editorial de claros tintes antisemitas y, posteriormente, en la Freikorps, una fuerza de voluntarios que conformaban un pequeño ejército independiente en cada región alemana.

Wilhelm Canaris
En 1922 es admitido en la marina bajo el mando del almirante Wilhelm Canaris, con quien desarrollaría una amistad que llevó a que su celebérrimo superior le introdujera en su círculo personal ayudándo a Heydrich a especializarse en técnicas de espionaje. Esta relación se mantuvo sólida hasta que a mediados de 1931 Reinhard, comprometido con una joven nazi llamada Lina, es expulsado del ejército por mantener una relación paralela con la hija de un alto mando de la Marina.

El día 1 de Junio de 1931, Reinhard Heydrich se afilia al partido nacionalsocialista y emprende una carrera meteórica en la que su afiladísima inteligencia llegaría a hacer sombra a las más altas esferas del Reich.

Por medio de un amigo de su novia Lina, Heydrich se enteró de que había algunas plazas libres en el SD (servicio de inteligencia del NSDAP) liderado por Heinrich Himmler, así que presentó su candidatura seindo inmediatamente aceptado.
Ese mismo año, se casó con Lina y Himmler, seguro ya de su estabilidad familiar (de capital importancia para el nacionalsocialismo), decidió explotar las capacidades de Reinhard nombrándole comandate y convirtiéndolo de esta manera en su mano derecha.

En 1932, sus orígenes volvieron a golpearle en forma de una investigación sobre la sangre judía de su abuelo cuyo resultado se mantuvo en el más absoluto de los secretos para todos los gerifaltes salvo para el único que sabía la verdad: Wilhelm Canaris.
Un año después, Heydrich es nombrado jefe de la policía de Baviera y tiene un papel decisivo en el desarrollo de la "noche de los cuchillos largos". Junto con Himmler y por encargo del mismísimo Göring, Reinhard emprende una campaña en la que acusa a Ernst Röhm (jefe de las SA, amigo personal de Hedrych y padrino de sus hijos) de conjurar contra la figura de Adolf Hitler. Este hecho, unido a su reconocida homosexualidad, bastó para que Röhm fuera detenido y encarcelado, permaneciendo en prisión hasta el 30 de Junio de 1934 cuando, tan sólo ocho horas después de la "noche de los cuchillos largos", dos agentes de la SD entraron en su celda y le ejecutaron a tiros.

Heinrich Himmler
No pasaría mucho tiempo hasta que, en 1936, Reinhard Heydrich es nombrado jefe de la policía de seguridad y de la Gestapo para, tres años después, ascender un paso más en el escalafón convirtiéndose en líder de la RSHA, bajo la que se aglutinaban todos los órganos de policía y de seguridad del Reich.
Durante esta etapa se dedica a llevar a cabo una durísima labor de contraespionaje que dió sus frutos en la detección de numerosos activistas antinazis, pero no fue hasta finales de ese mismo año cuando su genio se reveló sobrepasando el del propio Heinrich Himmler mediante la concepción y ejecución de la Operación Krüger.

En ese año de 1939, Reinhard Heydrich ideó y puso en funcionamiento un plan que servía para tratar de colapsar la economía británica y, al mismo tiempo, daba unas posibilidades de financiación para las SS y sus organismos dependientes hasta entonces desconocidas.
Con ayuda del comandante Bernhard Krüger, Heydrich falsificó en el campo de concentración de Sachsenhausen una cantidad de 140 millones de libras que introdujo en la economía británica como pago a colaboracionistas y espías en el extranjero.
Finalmente, el plan Krüger no llegó a colapsar las arcas británicas, pero supuso un enorme balón de aire para la economía de guerra alemana y sus efectos se dejaron sentir en la economía inglesa hasta varios años después de la guerra.

Ese mismo año, Heydrich se enteró de que la oficina de inteligencia dirigida por Wilhelm Canaris manejaba información procedente del ex-general zarista Skoblin en la que se afirmaba que varios generales soviéticos se habían puesto en contacto con altos mandos alemanes con el fin de derrocar a Stalin. Reinhard, gran conocedor de los puntos débiles del enemigo, aprovechó esta situación para pasar por encima de Canaris redactando un documento en el que se recogían estas sospechas y que hizo llegar subrepticiamente al presidente de Checoslovaquia, quien los envió sin dudarlo al despacho del mismísimo Stalin provocando la Gran Purga que acabó con más de 3000 oficiales del ejército rojo, lo que debilitó notablemente la maquinaria de guerra soviética.

Invasión de Polonia
Pero aún quedaba espacio en ese año para un golpe de mano más: el 31 de Agosto de 1939, un grupo de presos políticos con uniformes militares polacos asaltaron una emisora alemana situada en la frontera y lanzaron a las ondas un sinfín de proclamas antinazis.
Esta operación fue orquestada por Heydrich para tratar de justificar la invasión de Polonia que estaba prevista para el día siguiente y los falsos militares polacos, pese a las promesas de perdón, fueron ejecutados en cuanto el Reich tomó Polonia.

En 1941 su obsesión por la seguridad le llevó a tratar de desenmascarar al médico personal de Himmler, de quien sospechaba que mantenía contactos con los aliados, pero el propio capitán de las SS alejó a su médico de Hedrych, lo que llevó a este a enrolarse en la campaña de Noruega a los mandos de un avión alemán. La participación en esta  campaña le valió a Reinhard la obtención de la preciada cruz de hierro y la vuelta a la élite política del NSDAP por la puerta grande.

A principios de 1942 acudió a la Conferencia de Wansee, donde se produjo un acuerdo entre las altas esferas del régimen para acelerar la llamada "solución final al problema judío"... pero Heydrich no se quedó en las meras palabras. Después de la reunión creó los einsatzkommandos, una unidad especial de las SS dedicada únicamente a la búsqueda y exterminio masivo de judíos, gitanos y todo aquel colectivo que no se ajustara a los principios del ideal ario. Su saldo se cifra entorno al millón de personas asesinadas.

Heydrich en Praga
Tras esta maniobra, Himmler empieza a temer el genio de Heydrich y lo destina al protectorado de Bohemia y Moravia donde, nada más llegar, encarcela al gobernador, impone la ley marcial, detiene a más de quinientos intelectuales y envía a Auschwitz a miles de checos.
Reinhard Heydrich instauró en su protectorado una política que combinaba la represión política más brutal con una serie de mejoras sociales muy ventajosas, por lo que la mayoría de la población checa admitió de buena gana su mandato... hasta que dos disidentes lanzan una bomba contra su Mercedes descapotable el día 27 de Mayo de 1942.

Heydrich consigue bajar del vehículo y disparar a sus agresores, que huyen mientras una mujer acude en auxilio del hombre que se desangra en plena calle y lo traslada al hospital. Una vez ha sido alejado de los  restos humeantes del coche, Reinhard insiste en ser atendido únicamente por médicos alemanes, lo que desemboca en su muerte por una septicemia provocada por el tardío tratamiento de sus heridas.

Paradójicamente, sus agresores creen haber fracasado en su intento de asesinato y se refugian en una iglesia donde, finalmente, son cercados por los alemanes y se suicidan. En represalia, las SS arrasan la locálidad de Lídice ejecutando sumariamente a 1331 personas mayores de 16 años.

Reinhard Heydrich, una de las mentes más brillantes que ha dado la historia (desgraciadamente, en el bando equivocado) fue enterrado por sus compatriotas con honores militares en la ciudad de Berlín.

viernes, 13 de mayo de 2011

Berserker: los elegidos de Odín

Hoy llevaremos a cabo un pequeño ejercicio mental: pongámonos en la piel de un guerrero inglés del siglo IX. 

Reconstrucción de un drakkar
Un gran ejército vikingo se aproxima a nuestra ciudad, York, mientras formamos frente a las murallas en un último intento por defenderla del saqueo y la muerte. La cota de malla nos hace rozaduras, la espada pesa cada vez más en nuestra mano y el sudor corre a mares bajo nuestro casco, acumulándose en el nasal y enturbiándonos la visión al tiempo que en nuestra cabeza resuena la súplica escrita en el frontal de la iglesia de la ciudad: A furare normannorum libera nos Domine (De la furia de los hombres del norte líbranos, Señor).

Las primeras lanzas asoman ya tras la cresta de una colina, justo frente a nosotros, y los vikingos empiezan a formar su muro de escudos con el olor del humo procedente de su último saqueo aún flotando en el aire. Arrogantes como sólo pueden serlo los hombres del norte, comienzan a provocarnos para que rompamos filas y abandonemos la formación pero, a pesar de que el ruido que hacen al golpear sus enormes espadas contra los escudos de madera es ensordecedor, nos mantenemos firmes en nuestro sitio con la seguridad de que Dios está con nosotros.
De repente, vemos como se abre paso hacia la primera línea de su formación un grupo minúsculo de hombres semidesnudos, cubiertos sólo con pieles bastas y que se convulsionan al ritmo de una música que sólo ellos parecen oír. Forman junto a sus compañeros en el muro de escudos e, incluso desde esta distancia, podemos ver cómo ese gesto incomoda al resto de los vikingos... les pone nerviosos.

Batalla vikinga
Los hombres de las pieles se mecen inquietos, lanzando de vez en cuando horribles carcajadas histéricas al aire mientras muerden los bordes de sus escudos hasta que sus dientes se parten y una espuma sanguinolenta inunda sus labios. Sin previo aviso, uno de ellos arroja sus armas al suelo y, con un alarido, se abalanza contra uno de sus compañeros acorazados, al que desgarra la garganta con las manos desnudas. Esta única muerte activa un mecanismo oculto en la mente del resto de hombres desnudos, que se lanzan a la batalla con una furia animal brillando en sus ojos, perdiendo las armas y los escudos en su ansia por llegar a nuestra posición mientras sus andrajosas pieles flamean en el aire tras su estela.
A medida que vemos acercarse a esas bestias con forma humana y, justo detrás de ellos, un muro de escudos impenetrable del que sobresalen lanzas y espadas, la confianza que teníamos en un principio nos abandona y un río helado de sudor frío baja por nuestra espalda al constatar que los guerreros contra los que nos enfrentamos son el castigo de Dios a nuestros pecados.

Estos eran los berserker, los guerreros vikingos que conformaban la élite del ejército y que, en un número nunca superior a doce individuos, constituían la guardia personal de los reyes del norte. Guerreros que se lanzaban al agua desde los drakkar en cuanto avistaban la costa, poseidos por una furia asesina incontenible.

Zonas de influencia vikinga
La leyenda nos cuenta que se trataba de elegidos poseídos por un dios guerrero que les impelía a combatir hasta el último aliento.
La historia nos dice que, en realidad, eran epilépticos que alteraban aún más sus facultades mediante el consumo de hongos alucinógenos y plantas como el beleño, que facilitaba su irrupción en el combate dominados por una ira cegadora que los convertía en seres prácticamente inmunes al dolor.

Sea como fuere, estos hombres asolaron a sangre y fuego las costas de media Europa durante 300 años contribuyendo en gran medida a darle al continente la forma y el carácter que tiene hoy en día.

martes, 10 de mayo de 2011

La bestia de Gévaudan

Hoy nos adentraremos en un episodio que cabalga a medio camino entre la historia y la leyenda, un suceso que conmocionó a la Francia del siglo XVII en la figura de un único animal: la bestia de Gévaudan.


Lozère en la Francia actual
Todo empezó cuando, a finales de Junio de 1764, apareció en las regiones boscosas del actual departamento francés de Lozère el cadáver prácticamente despedazado de una muchacha de unos 14 años. En un principio el ataque se atribuyó a una de las numerosas manadas de lobos que campaban a sus anchas por aquellos montes, pero los ataques de lobos a personas constituyen un fenómeno realmente extraño y, además, cuatro cuerpos más (dos niños, dos niñas y una mujer) fueron encontrados por toda la región durante los tres meses siguientes al primer ataque.
El asunto empezaba a tener una repercusión local, que se vió incrementada cuando varias víctimas más fueron halladas con la cabeza separada del cuerpo o con el torso desgarrado hasta el punto de que la persona había sido literalmente partida en dos, lo que empezó a formar en la mente de las gentes de Gévaudan la imagen de un animal diabólico, de proporciones descomunales y que hacía gala de una violencia inusitada. A pesar de esto, la cosa no hubiera pasado a mayores de no haber sido porque en el invierno de ese mismo año el número de ataques creció en una escalada de violencia que parecía no tener fin y los campesinos de la región empezaron a organizar partidas de caza que rastreaban los bosques palmo a palmo en busca de aquel ser que estaba devorando a sus mujeres e hijos.

Bestia de Gévaudan
En ese invierno de 1764 se produjeron los primeros avistamientos de la bestia. Los testigos que tuvieron la desgracia de toparse con este animal y la suerte de sobrevivir al encuentro con graves heridas o, en el mejor de los escenarios, totalmente indemnes describían a la bestia como un animal de cuatro patas con una enorme alzada, cubierto de un pelaje pardo que revestía su anatomía extremadamente musculosa y cuya uniformidad quedaba rota por unas rayas negruzcas en sus cuartos traseros. El ancho lomo, con una cresta de pelo, terminaba en una cola larga y fuerte por un lado y en una cabeza grande coronada por unas mandíbulas tan largas como anchas de las que asomaban unos enormes dientes, afilados como cuchillos de monte, en el otro.
La superstición de los pobladores de la región contribuyó a que el asunto se descontrolase, de modo que los nobles de la zona empezaron a ofrecer recompensas desorbitadas que atrajeron hasta Gévaudan a un sinfín de aventureros y cazadores de dudosa reputación. Lo único que se consiguió con esto fue que se organizaran batidas en las que perdieron la vida decenas de lobos y que los cazarrecompensas trataran de entorpecer el trabajo de sus compañeros poniendo pistas falsas para hacerse ellos mismos con el suculento botín.

Una vez desatada la locura, algunos de los habitantes de las áreas boscosas aprovecharon el revuelo que se había montado en torno a las cacerías para dar rienda suelta a los más bajos instintos, raptando y violando a mujeres jóvenes para después abandonar sus cadáveres en medio del bosque, desgarrándolos brutalmente en el intento de hacerlos pasar por nuevas víctimas de la bestia.
El descontrol fue tal que los encargados de mantener el orden en la región no fueron capaces de cumplir con su cometido, así que se hizo necesaria la intervención real de Luis XV, quién ordenó que se personara en Gévaudan un destacamento de dragones de caballería para dar caza a aquella bestia. Lo que había empezado como el ataque aislado de un animal salvaje a una campesina de 14 años se había convertido en menos de un año en un problema de carácter nacional y el torrente de rumores y conjeturas era ya incontenible.

Dragón francés
En un momento dado, la población se puso nerviosa ante la incapacidad de lo más florido de la caballería  francesa para dar caza a la bestia y los disturbios no tardaron en hacer acto de presencia. Los vecinos se asesinaban entre ellos a sangre fría bajo el pretexto de que uno u otro practicaban la licantropía y se transformaba en hombre lobo por las noches. Las viejas rencillas resurgieron y las víctimas de la bestia se sucedían una tras otra sirviendo de marco a un sinfín de altercados en los que los campesinos se acusaban entre ellos dándose muerte o volvían sus iras contra las etnias minoritarias como los gitanos, a quienes se acusó abiertamente de haber criado y entrenado a aquel animal.
Los sacerdotes aprovecharon la oportunidad para predicar contra el rey desde sus púlpitos mientras presentaban a la bestia como una manifestación celestial que el mismo Dios había enviado a Gévaudan para purgar la región de maldad y lascivia.
Incluso un noble de la zona estuvo cerca de sucumbir a la ira del pueblo por la única razón de que había estado en África y tenía en los jardines de su palacio un pequeño zoológico particular en el que criaba hienas, leones y tigres.
La locura general se mantuvo durante tres años hasta que, en 1767, la frecuencia de los ataques disminuyó considerablemente cuando un cazador abatió por fin a un enorme lobo cuyo cadáver fue enviado a París para su conservación en el Museo Real de la ciudad, donde llegó en avanzado estado de descomposición. Debido a este problema, sólo se pudo conservar el esqueleto, que estuvo expuesto hasta que un incendio destruyó el edificio con todo su contenido en el año 1830.
Finalmente, los ataques cesaron por completo cuando cuando otro lobo de idénticas dimensiones y del que se decía que podía ser la pareja del anterior, fue abatido en las inmediaciones del cercano departamento de Aveyron.

A día de hoy, aún no existe ni una sola explicación convincente que desvele de una vez por todas el misterio de los ataques que se produjeron en Gévaudan en la segunda mitad del siglo XVIII y que causaron un gran número de bajas (entre 70 y 140 según la fuente que se consulte) en el actual departamento de Lozère, pero el número de conjeturas que se han hecho al respecto es altísimo.
Las teorías van desde el surgimiento de una subespecie de lobo más grande y feroz que el actual, extinta en el siglo XIX hasta la posibilidad de que la bestia que asoló los montes no fuera más que una hiena escapada de algún zoológico privado, como el de aquel noble al que se apuntó en la propia Gévaudan.


Escultura: la muerte de la bestia
En cuanto a la primera conjetura, debemos tener en cuenta que los lobos cazan, generalmente, en manada y que raramente atacan al ser humano, pues evitan el contacto con las personas en la medida de lo posible. Por esta razón, es bastante descabellado pensar que un espécimen aislado de esta supuesta subespecie hubiera podido causar los estragos que se le atribuyen a la bestia.
Por otro lado, la segunda de las teorías es plausible en tanto a que las ilustraciones de la época representaban al animal causante de las muertes con una fisionomía que podría parecerse a la de una hiena parda o rayada, pero la hipótesis hace aguas debido a que estos animales se alimentan principalmente de carroña y, además, a que ninguna de las especies de hiena que se barajan como posibles candidatos alcanza las dimensiones de las que hablan las fuentes de la época (casi dos metros de longitud, desde la base de la cola hasta la punta del hocico, y en torno a 65 kilos de peso).
Por último, la más creíble de las conjeturas habla de un cruce entre un perro de gran tamaño y un lobo como posible causante de las muertes de Gévaudan. En el caso nada extraño de que un mastín o un dogo se hubieran cruzado con los lobos que abundaban en los bosques de la región, no sería nada descabellado pensar que el resultado podría ser un híbrido que alcanzase las proporciones descritas y que, forzado a sobrevivir, encontrase en el hombre a una presa fácil de abatir y más fácil aún de matar.

Cada uno tomará por buena la explicación que considere mejor, pero no debemos olvidar que las crónicas referentes a este episodio deben tenerse en consideración con ciertas reticencias, ya que es más que posible que la mayoría de los testimonios fueran exagerados adrede y que, entre ellos, se insertasen incluso declaraciones falsas con el fin de acrecentar la leyenda de la bestia o de encubrir la incompetencia de los dragones que fueron enviados para darle caza.

viernes, 6 de mayo de 2011

Streltsy: tropa de élite de los zares

Creado en 1550, durante el reinado del zar Ivan IV "el terrible", el cuerpo militar de los Streltsy llegó a convertirse durante el siglo XVI en una auténtica fuerza de élite al servicio de los zares rusos.
Su nombre significa literalmente "tiradores" y viene dado por los arcabuces o mosquetes que portaban como acompañamiento al resto de su indumentaria; compuesta por un caftán colorido, unas botas, un bardiche o pica y, ocasionalmente, un sable.

Indumentaria Streltsy
Las tropas que conformaban un regimiento Streltsy eran reclutadas entre los campesinos y pequeños burgueses que abundaban en la Rusia de aquellos años, de modo que la única manera de evitar que se descontrolaran era imponer a sus divisiones una disciplina férrea a manos de hombres afines al gobierno. De este modo, la mayor unidad de la que se componía una fuerza de Streltsy era el regimiento, a cargo de un coronel de origen noble cuyo nombramiento debía ser aprobado previamente por el zar.
Estos regimientos (polki) estaban divididos en centurias (sotni) a cargo de otro noble de menor rango, subdivididas a su vez en decurias (desyatki) de las que se podía ocupar el soldado de mayor experiencia.

Los polki estaban compuestos por tropas tanto de infantería como de caballería y demostraron su eficiencia a tan sólo dos años de su fundación participando en el asedio al Kanato de Kazán y contribuyendo activamente en la destrucción de la ciudad y en la masacre de la práctica totalidad de sus habitantes.

Los Streltsy vivían juntos en barrios dedicados a tal efecto donde eran mantenidos por el estado y, debido a la crónica escasez de fondos rusa, se les pagaba en tierras que posteriormente pasaban a formar parte del patrimonio familiar de cada soldado por vía hereditaria. De la misma manera, la condición de Streltsy así como la participación activa en sus misiones era vitalicia y los hijos varones de los militares activos podían acceder al puesto de sus padres cuando estos morían.

Asedio de Kazán
Eran conocidos en combate por sus formaciones cerradas en forma de "fortaleza andante" y prestaron servicio a los zares durante los siglos XVI y XVII aunque, en sus tiempos más tardíos, pasaron a convertirse más en una policía del régimen que en un ejército propiamente dicho.
A finales del siglo XVII los regimientos se  dividieron en dos tipos de fuerzas: los viborniye, encargados de la defensa de Moscú y del Kremlin tanto en el papel de policías como en el de bomberos, y los gorodskiye, bajo las órdenes de algunos municipios y que llevaban a cabo en las provincias las mismas tareas que sus compañeros moscovitas.

Los Streltsy aguantaron realizando tareas menores hasta prácticamente el siglo XVIII, pero finalmente se rebelaron contra el poder en el año 1682, cuando la princesa Sofía les convenció para que apoyaran a su hermanastro Iván en la guerra por la sucesión que este mantenía con el zar Pedro I "el grande".
Tras salir victorioso del conflicto, Pedro I trató de limitar la influencia militar y política de los Streltsy alejando de la capital a tantos regimientos como le fue posible pero, lejos de calmar los ánimos, estas medidas sólo sirvieron para que los regimientos exiliados se hermanaran aún más con los que se habían quedado en Moscú y se alzaran junto a ellos una vez más en el año 1696, en cuanto el zar abandonó Rusia camino de una importante misión diplomática por Europa del Este conocida como la "gran embajada".

La ejecución de los Streltsy
La rebelión fue aplastada con brutalidad y los Strelsty, antes estandartes del zarismo, fueron castigados mediante métodos ejemplarizantes que incluían torturas tales como ser enterrado vivo, aplastamiento de pies en una prensa o rotura de huesos en la rueda, todo ello seguido de ejecuciones públicas mediante la hoguera o la horca cuando el reo no daba más de sí.

El ejército Streltsy fue oficialmente disuelto en el año 1699 pero, tras la vergonzante derrota de Pedro I en la batalla de Narva (en la que Rusia perdió 27.000 hombres de un total de 35.000), la tropa de élite fue recuperada para participar en las últimas campañas del zar mientras se iba incorporando paulatinamente al ejército regular hasta desaparecer definitivamente en torno al año 1720.